CONJUNTO ESCULTÓRICO AL GENERAL ANTONIO MACEO EN CENTRO HABANA

 CONJUNTO ESCULTÓRICO AL GENERAL ANTONIO MACEO EN CENTRO HABANA

Marcos Antonio Tamames Henderson


En el Inventario de Monumentos y Sitios del Municipio Centro Habana consta, en la tipología de construcciones conmemorativas, el conjunto escultórico al mayor general Antonio Maceo, obra emplazada en la manzana delimitada al norte y sur, por la calle Malecón y la fusión de las nombradas Jovellar y San Lázaro respectivamente; al este y oeste, las de Belascoaín y Marina, área  que en el período colonial ocupara la caleta de San Lázaro frente al antiguo centro de Beneficencia, espacio que comparte con otro de los exponentes del patrimonio cultural centrohabanero: el Torreón de San Lázaro.   

El Monumento Antonio Maceo, realizado por el escultor italiano Doménico Boni, fue inaugura el 20 de mayo de 1916 e inscrito como bien patrimonial del territorio el 25 de septiembre de 1981 por Tomás Piard, especialista del Museo Histórico Municipal de Centro Habana, De modo que celebramos hoy el 105 aniversario de la inauguración del homenaje rendido por La Habana, en representación de toda la nación, al Mayor General Antonio Maceo y, en este año (2021), el 40 de su registro como bien patrimonial de la República de Cuba.

Los orígenes de rendir homenaje al Titán de Bronce en este entorno se remontan a 1905, cuando en sesión del Ayuntamiento correspondiente al 17 de noviembre se acuerda rebautizar la calle San Lázaro con el nombre “Avenida de Maceo”, homenaje que toma como expresión la calle Malecón por acuerdo del 2 de diciembre de 1908 con el título “Avenida del General Antonio Maceo” y, apenas un año después, el 6 de diciembre, “Avenida Antonio Maceo” [1]. Obsérvese la relación entre las fechas de los acuerdos y el 7 de diciembre, aniversario de la muerte en combate del héroe cubano.  

De la legitimidad de la fecha elegida para su inauguración, el 20 de mayo, dan muestras el conjunto de acciones patrióticas realizadas a lo largo de toda la Isla a partir de 1902, fecha en que, ignorando la República en Armas, del 12 de abril de 1869, se instaura de manera legal la República de Cuba, a cuyo honor acordaron los Ayuntamientos de las principales ciudades sembrar en espacios públicos una ceiba; así lo hicieron los camagüeyanos en la Plaza de la Merced, hoy Plaza de los Trabajadores, y se dio siembra en San Antonio de los Baños a la que preside hoy el Parque de la Fraternidad en La Habana. Calles y espacios públicos fueron bautizados con el nombre “20 de Mayo”, como a partir de 1898 reinaron en el imaginario urbano el “24 de Febrero” y “10 de Octubre”. En dictamen sobre la restitución de nombres antiguos, favorable al informe del Historiador de La Habana, redactado el 10 de agosto de 1935 el ingeniero Mario Guiral Moreno, Presidente de la Sección de Estética Urbana de los Amigos de la Ciudad expone: 

[…] todo cubano amante de su país y de las legítimas glorias de la patria, habría aceptado de buen grado y contribuido al empleo de la nueva denominación dada, si ella tuviera por finalidad perpetuar los apellidos ilustres de Céspedes, Aguilera, Agramonte, Martí, Gómez, Maceo, Luz y Caballero, Saco, Varela, Poey, Finlay, Espadero y otros con iguales merecimientos y títulos para recibir el homenaje de sus compatriotas; o si esos cambios hubieran tenido por objeto la recordación de las efemérides más salientes de nuestra historia, señalando a las generaciones futuras las fechas inmarcesibles, gloriosas o tristes, del 10 de Octubre, el 24 de Febrero, el 20 de Mayo o el 27 de Noviembre […] [2].

Habría que recordar en la historia cubana que un 20 de mayo, de 1912, se dio inicio en cinco de las seis provincias de entonces (Oriente, Las Villas, La Habana, Pinar del Río y Matanzas) al Levantamiento Armado de los Independientes de Color; que en 1925 fueron develados los bustos de José Martí, Antonio Maceo, Bartolomé Masó y Rafael María Merchán en la plaza central de la ciudad de Manzanillo, parque Carlos Manuel de Céspedes a partir del 21 de diciembre de 1898; que en 1929, se inaugura el Capitolio Nacional, Monumento Nacional por R/4 del 15 de noviembre de 2010; que en 1960 se declara el 27 de noviembre como fecha luctuosa por la muerte de cinco ñáñigos en 1871, miembros del grupo Abakuá que intentó rescatar a los 8 estudiantes de medicina y, directamente vinculados al patrimonio cultural cubano, se inauguran el 20 de mayo de 1979 dos Monumentos Nacionales al calor de la Ley no. 2: De los Monumentos Nacionales y Locales, del 4 de agosto de 1977: Dos Ríos, en Granma, lugar donde cayó Martí, y el Cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba. 

¿Quién fue Doménico Boni? ¿Quiénes los comitentes de tan magna obra escultórica? ¿Cuánto de cubanía en el discurso que ofrece? Estas y otras interrogantes solo pueden ser respondidas desde un análisis e interpretación del sistema de documentación que acompañó la convocatoria del concurso, el acta del jurado, sus miembros y la formación estética e ideológica de cada uno de ellos, fuentes oficiales a las que habría que poner en diálogo no solo con la recepción que del proyecto y la obra hacen críticos de arte, especialistas y público en general, sino también las representaciones que del conjunto escultórico han hecho los habaneros y visitantes foráneos en los 105 años transcurridos desde aquel 20 de mayo de 1916. 

La literatura universal señala que Doménico Boni nació en la ciudad de Carrara, Italia, el 17 de mayo de 1886, por lo que recientemente habríamos festejando el 135 aniversario de su natalicio. Se le refiere como estudiante de escultura en Roma y luego empleado en el taller del maestro Rivalta, en Florencia, donde recibe su primer premio por la obra “Los Espectros”, pieza que adquiriere el Museo de Múnich, Alemania. Con posterioridad se establece en Madrid, donde se integra al taller de Agustín Querol, escultor de renombre en los círculos oficiales. 

En este ambiente establece el italiano amistad sincera con José Antonio Ramos, Cónsul de Cuba en España, quien estrechará mayores lazos tras ambos conocer del concurso lanzado por la República de Cuba en 1912 para un conjunto escultórico al general Antonio Maceo en La Habana. De las primeras ideas conceptuales, el trabajo en equipo y la aprobación definitiva por el jurado de la propuesta de Boni ofrece detalles Ramos en el artículo “Cómo debió ser el monumento a Maceo”, publicado por María Luz de Nora en la sección “Esta es la historia” de la revista Bohemia, exactamente en la edición del 14 de abril de 1967. 

Destacar Ramos que “Boni sufría terriblemente en aquella labor de marionetista, de macabro guiñol, galvanizando un arte muerto ya para todo el mundo… menos para los gobiernos y concursos oficiales de nuestra América” [3], información que revela una eticidad ante el arte de su tiempo, ante una vanguardia en fase de negación del discurso neoclásico que demanda, por su connotación política e ideológica las construcciones conmemorativas. Tengamos presente que se trata de un discurso en el que ha de primar las funciones didácticas, en ese entonces asociada al naturalismo, a las formas puras, claras y precisas. Una propuesta fiel a la naturaleza de Doménico Boni, habría convertido a otro el autor del monumento a Maceo. Ante sí tenía el artista el reto de complacer al comitente, a los “oficiales de nuestra América”, como indica el cónsul cubano. 

Narra Ramos que simultáneamente llegó a la Legación, el Consulado y a los talleres de Agustín Querol la convocatoria del Gobierno de Cuba a los escultores de todo el mundo, destacando que desde entonces se encargó de transmitir a su amigo la profunda admiración, gratitud y cariño que le merecía su compatriota, al que llamaba el “Gran Mulato” cubano. De modo que le comunicó al artista pasajes históricos del héroe y, de algún modo, el lugar que ocupaba en el imaginario popular de los cubanos. Todo eso conllevó a que ante la protesta de la viuda de Querol por estarse realizando en su taller una obra que trataba de glorificar al “negro insurrecto, asesino de soldados españoles”, decidiera el artista romper con su taller y buscar otro espacio en el llevar a cabo el proyecto. Ramos se encargó de ello, y la obra fue ejecutada en la calle Cardenal Cisneros, un antiguo almacén de materiales donde el frío ahuyentaba a los modelos. Allí los recordaba el Cónsul: “¡Qué brinquitos los suyos, del barro en ejecución a la distancia a la que retrocedía frecuentemente para apreciar su obra!”. Ante su empeño reconocía: “¡Maceo, dentro del corazón de su glorificador, acababa de ganarle una batalla más a sus eternos amigos!”. De la participación de otros artistas en el concepto declara Ramos que corresponde a José Miró la idea del “mambí” representativo: “Boni y yo acogimos la idea casi con vergüenza de no haberla “sentido” antes”, confeso al respecto. 

Un retrato psicológico del escultor puede encontrarse en la descripción de la espera por el resultado final de la obra:

El día que enviaba alguna figura o pieza ya terminadas– y terminada a la fuerza, casi con desesperación– al taller de fundición, Boni parecía un condenado a muerte. Perdía su ya precario apetito, perdía el habla y a veces cogía cama, protestando en puro italiano de la brevedad del plazo concedido para entregar la obra. En aquellos momentos su convicción más profunda parecía ser la de su derrota como artista, la de su vergonzosa entrega a una especie de conjura.

Resume Ramos la representación que de los cubanos se hizo el italiano con el siguiente texto: “Él se limitó a decirme un día una amarga y gran verdad: que los cubanos parecíamos no darnos cuenta de que Maceo, con su sacrificio, nos imponía mucho más que el fácil tributo de la piedra, el bronce y las palabras: ¡tantas palabras!”. En el debate entre ética artística y exigencia del jurado, el conjunto escultórico a Maceo fue realizado bajo exigencias de estética gubernamentales que se tradujeron en “ese absurdo caballo griego, con ese general de parada encima”; desestimada fue la propuesta en la que Antonio Maceo, el “mambí” protagonizaba una de sus tantas cargas al machete.



No es casual su inauguración el 20 de Mayo, una efeméride sobre la cual tras acotar la popular frase “Lo que le cayó encima fue un 20 de Mayo”, indaga Jorge Mañach: “¿Qué sentido puede tener una frase semejante, que a primera vista nos suena casi como una herejía? ¿Qué desfiguraciones son las que andan por dentro de la cabeza criolla cuando se emite una frase como ésa?  ¿Cómo vino, en suma, a asociarse la efeméride del estreno de la República con la alusión que esas palabras parecen hacer a algo abrumador, a una especie de alud que a alguien le hubiese caído encima?”, al tiempo que declara: 

Lejos de mí el solidarizarme con ninguna denegación total de significación histórica a aquel día de hondo júbilo popular en que se vio por primera vez alzarse en los edificios públicos la enseña de la patria. Aquella emoción, y todas las ilusiones que la acompañaron, tendrán siempre un férvido eco en todos los corazones cubanos. Fue un gran hito histórico. Pero justamente eso: un hito, una piedra miliaria en el largo camino de nuestra historia: un primer trámite, por así decir, de un proceso llamado a más plenas bienandanzas colectivas. Los mismos hombres que reflexivamente vivieron aquella jornada de triunfo, debieron de tener, ya aquel mismo día, un sentimiento melancólico de que era todavía un triunfo precario [4]. 


El 20 de mayo de 1916, legaron los cubanos todos a La Habana, a Centro Habana en particular, uno de los más bellos conjuntos escultóricos, una obra conmemorativa de elevados valores históricos al perpetuar a uno de sus más insignes próceres, el Titán de Bronce; de indiscutibles valores artísticos en el que reina un eclecticismo con precisas miras al neoclásico en la ejecución de la figura homenajeada; de tan sutiles y auténticos valores ambientales que, lejos de invitar al análisis, convoca al disfrute absoluto. Estudiarlo, conservarlo y presentarlo al mundo, desborda la misión de los profesionales del Patrimonio Cultural, para ser razón cívica de todo cubano.  


Referencias: 

1. Emilio Roig de Leuchsenring: “Las calles de La Habana. Bases para su denominación”, Cuadernos de Historias Habaneras, no. 5, La Habana, 1936.

2. Mario Guiral Moreno: “Dictamen sobre la restitución de nombres antiguos, favorable al informe del Historiador de La Habana”, La Habana, 10 de agosto de 1935, en Emilio Roig de Leuchsenring: “Las calles de La Habana. Bases para su denominación”, p. 58, Cuadernos de Historia Habanera, (5):57-69, La Habana, 1936.

3. José Antonio Ramos: “Como debió ser el monumento a Maceo”, Bohemia, 59(15):100-101, La Habana, 14 de abril de 1967. 

4. Jorge Mañach: “El 20 de Mayo y los Días Buenos”, Bohemia, 52(21):50, La Habana, 22 de mayo de 1960. 

  




Comentarios

  1. Homenaje bien merecido al Titán de Bronce.
    Gracias por recordarlo.

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